LA TERCERA COMPUERTA DEL ENSUEÑO (Carlos Castaneda)

LA TERCERA COMPUERTA DEL ENSUEÑO



-Se alcanza la tercera compuerta del ensueño cuando uno se encuentra en un ensueño, mirando a alguien que está dur­miendo, y ese alguien, resulta ser uno mismo ‑don Juan dijo.
Mi estado energético era tan intenso, que me puse a laborar en la tercera tarea inmediatamente, aunque don Juan no me ofreció más información al respecto. Lo primero que noté fue que una oleada de energía reacomodó el enfoque de mi atención de ensueño; en vez del afán de viajar al reino de los seres inorgánicos, me dejó otro: el afán de despertarme y verme durmiendo.
Después de unos días, me encontré en un ensueño mirán­dome a mí mismo dormido. Se lo reporté a don Juan instantá­neamente. El ensueño había ocurrido durante mi estancia en su casa.
-Hay dos fases en cada una de las compuertas del ensueño ‑dijo‑. Como ya sabes, la primera es llegar a la compuerta, y la segunda es cruzarla. Al ensoñar lo que ensoñaste: que te veías a ti mismo dormido, llegaste a la tercera compuerta. La segunda fase consiste en moverte una vez que te has visto dormido.
"En la tercera compuerta del ensueño ‑prosiguió‑, uno empieza a fusionar la realidad de ensueño con la realidad del mundo cotidiano. Los brujos llaman a este procedimiento, completar el cuerpo energético. La fusión de las dos realidades tiene que ser tan completa, que debe ser más fluido que nunca. En la tercera compuerta, examina todo con gran cuidado y curio­sidad.
Me quejé de que sus recomendaciones eran demasiado enig­máticas, y por lo tanto, carentes de sentido para mí.
‑¿Qué es lo que significa tener gran cuidado y curiosidad? ‑pregunté.
‑En la tercera compuerta, nuestra tendencia es perdernos en detalles ‑contestó‑. Ver las cosas con gran cuidado y curiosidad quiere decir resistir la casi irresistible tentación de sumergirnos en detalles.








"Como te dije, la meta de la tercera compuerta es consolidar el cuerpo energético. Los ensoñadores empiezan a forjar sus cuerpos energéticos siguiendo los ejercicios de la primera y la segunda compuerta. Cuando alcanzan la tercera, el cuerpo energético está listo para emerger, o quizá sería mejor decir que está listo para actuar. Desgraciadamente, esto también quiere decir que está listo para ser capturado por detalles.
‑¿Qué clase de detalles, don Juan?
-El cuerpo energético es como un niño que durante toda su vida ha sido un prisionero. En el momento en que se siente libre, se empapa absolutamente de todo lo que puede encontrar. El cuerpo energético se absorbe totalmente en diminutos detalles que no vienen al caso.
Hubo un largo silencio. Simplemente no había nada en mi experiencia que pudiera darme una idea de lo que don Juan quería exactamente decir.
‑El detalle más inapropiado se convierte en un mundo para el cuerpo energético ‑explicó don Juan‑. El esfuerzo de los ensoñadores para dirigir sus cuerpos energéticos es descomu­nal. Sé que es absurdo pedirte que veas las cosas con gran cuidado y curiosidad, pero esa es la mejor manera de describir lo que tienes que hacer. En la tercera compuerta, los ensoñadores tienen que evitar el casi irresistible impulso de sumergirse en todo; y la manera como lo pueden evitar es siendo tan curiosos, tan desesperados por meterse en todo, que no dejan que nada en particular los aprisione.
Don Juan repitió una y otra vez que sus recomendaciones, que sonaban absurdas para la mente, estaban dirigidas a mi cuerpo energético Puso un tremendo énfasis en la idea de que mi cuerpo energético tenía que unir todos sus recursos para poder actuar.
‑¿Pero, no ha estado actuando todo este tiempo? -pregunté.
-Una parte de él sí, de otro modo no habrías viajado al reino de los seres inorgánicos ‑contestó‑ Ahora tienes que emplearlo en su totalidad para poder completar la tarea de la tercera compuerta. Para hacerle las cosas más fáciles a tu cuerpo ener­gético, tienes que suspender más que nunca los juicios y dic­támenes de la razón.
-Después de todo lo que me ha hecho usted vivir ‑dije‑, me queda muy poca razón.
-Mejor no digas nada. En la tercera compuerta, la razón es la causa de que el cuerpo energético se obsesione con detalles superfluos. En la tercera compuerta necesitamos una fluidez, un abandono irracional para contrarrestar esa obsesión.
La previa aseveración de don Juan de que cada compuerta es un obstáculo no podría haber sido más cierta. Para cumplir con la tarea de la tercera compuerta, tuve que trabajar no sólo más intensamente que en las otras dos tareas, sino que también tuve que luchar contra un miedo sin límites. En el curso de mi vida, había pasado por momentos de profundo miedo, o hasta terror ciego, pero nada de eso pudo jamás compararse con el miedo que sentía por los seres inorgánicos. Sin embargo, toda esta riqueza de vivencias era inaccesible a mi mente en mi es­tado de conciencia normal. Esas vivencias estaban a mi disposi­ción únicamente en presencia de don Juan.
-Lo que sucede es que la sola presencia del nagual induce un cambio en el punto de encaje -dijo..
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Pasó casi un año sin que don Juan me preguntara nada acerca de la tercera tarea de ensueño. Repentinamente un día me pidió que le describiera todos los detalles de mi práctica.
Lo primero que le mencioné fue una desconcertante re­petición. Por meses, había tenido ensueños en los que me en­contraba mirándome dormido en mi cama. Lo extraño era la regularidad de esos ensueños; ocurrían cada cuatro días, con la precisión de un cronómetro. Durante los otros tres días, mis ensueños eran lo que siempre habían sido: examinaba todos los objetos de mis ensueños; cambiaba de ensueños, y, ocasional­mente, poseído por una curiosidad suicida, seguía a los explo­radores al mundo de los seres inorgánicos, aunque me sentía extremadamente culpable haciéndolo. Se me hacia como tener una adicción secreta a las drogas. La realidad de ese mundo era algo irresistible para mí.
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-La regularidad de tus ensueños es algo que me esperaba ‑don Juan remarcó después de escucharme.
-¿Por qué esperaba usted algo así, don Juan?
‑Por tu relación con los seres inorgánicos.
‑Eso se acabó y está olvidado, don Juan -mentí, esperando que no insistiera en el tema.
-Dices eso solamente para contentarme, ¿no es así? No nece­sitas hacerlo. Sé muy bien lo que haces. Créeme, una vez que empiezas a jugar con los seres inorgánicos, estás enganchado Siempre te perseguirán. O lo que es peor aún, siempre los perseguirás.
Me miró fijamente, y mi culpabilidad fue tan obvia que lo hizo reír.
-La única explicación de tal regularidad, es que los seres inorgánicos están tratando de complacerte otra vez ‑don Juan dijo en tono serio.
Me apresuré a cambiar de tema y le dije que otro detalle de mis prácticas de ensueño que valía la pena mencionar era la reacción que tenía al verme a mí mismo, acostado y profun­damente dormido. Verme así era siempre sorprendente; y yo, o me quedaba pegado en el mismo sitio hasta que el ensueño cambiaba, o me asustaba tan profundamente que me desper­taba gritando a todo pulmón. Había llegado hasta el extremo de tener miedo a dormir en los días marcados para tener ese ensueño.
‑Todavía no estás listo para una verdadera fusión entre tu realidad de ensueño y tu realidad cotidiana ‑concluyó‑. Tienes que seguir recapitulando tu vida.
‑Pero ya hice la recapitulación con toda la potencia posible ‑protesté‑. He recapitulado por años. No existe nada más que pueda recordar sobre mi vida.
‑Debe haber mucho más ‑dijo obstinadamente‑. De otra manera, no te despertarías gritando.
No me gustó la idea de recapitular otra vez. Creía haberlo hecho tan bien que no necesitaba tocar ese tema nunca más.
-La recapitulación de nuestras vidas no se acaba nunca, no importa qué tan bien la hagamos -dijo don Juan‑. La razón por la que la gente común y corriente carece de control y dirección en sus sueños, es porque nunca han recapitulado, y sus vidas están llenas hasta el tope de emociones densas y pesadas, de memorias, esperanzas, miedos.
"Por otro lado, gracias a su recapitulación, los brujos están relativamente libres de pesadas ataduras emocionales. Y si algo los detiene, como te ha detenido a ti, en este momento, se supone que todavía hay algo en ellos no totalmente claro.
-Recapitular es demasiado intrincado, don Juan. Quizá haya otra cosa que pueda hacer en su lugar.
-No, no hay nada más. Recapitular y ensoñar van de la mano.
"A medida que nos deshacemos de la pesadez de nuestras vidas, nos volvemos más y más vaporosos.
Don Juan me había dado instrucciones sumamente detalla­das y explícitas acerca de la recapitulación. Consistía en revivir la totalidad de nuestras experiencias en la vida, haciendo un re­cuento minucioso de todo detalle posible. Él consideraba la recapitulación como el factor esencial para la redefinición y la redistribución de la energía necesaria para ensoñar.
‑La recapitulación libera energía aprisionada dentro de nosotros, y no es posible ensoñar sin esa energía ‑fue su afir­mación.
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Don Juan aseveró que la base fundamental de la recapitu­lación es la convicción que tienen los brujos de que existe en el universo una inconcebible fuerza disolvente, la cual da vida a los organismos prestándoles conciencia. Esa misma fuerza tam­bién hace que mueran, para poder disolverlos y extraerles la conciencia que les prestó, la cual ha sido acrecentada a través de las experiencias de la vida. Don Juan explicó que teniendo en cuenta que esta fuerza anda detrás de tales experiencias, algo de suprema importancia es que se le pueda satisfacer con un facsímil de ellas: la recapitulación. Al obtener lo que busca, la fuerza disolvente deja a los brujos libres para que expandan su capacidad de percibir y alcancen con ella los confines del espacio y del tiempo.
Al comenzar nuevamente a recapitular, me llevé una gran sorpresa cuando comprobé que mis prácticas de ensueño quedaron automáticamente suspendidas en el momento mis­mo en que empecé mi recapitulación. Le pregunté a don Juan sobre esto.
‑Ensoñar requiere de toda la energía disponible ‑contestó‑. Si existe una gran preocupación en nuestras vidas, no hay posibilidad de que ensoñemos.
‑Pero, he estado profundamente preocupado antes ‑dije‑, y mis prácticas nunca fueron interrumpidas.
-Debe ser que cada vez que creías estar preocupado, estabas sólo maniáticamente alterado -dijo riéndose‑. Para los brujos, preocuparse significa que todas sus fuentes de energía están funcionando. Esta es la primera vez que empleas la totalidad de tus fuentes energéticas. En lo otro, aun en tu recapitulación, has estado siempre muy lejos de estar absorto.
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Mi nueva recapitulación me permitió una actitud de mayor soltura. El mismo día que reinicié mis prácticas de ensueño soñé que yo me veía a mí mismo dormido en mi cama. Al darme cuenta, lo que hice fue dar la vuelta y salir del cuarto; bajando penosamente las escaleras que daban a la calle.
Fue tan grande mi entusiasmo que se lo reporté a don Juan. Me llevé una gran desilusión cuando él consideró esto como un sueño común y corriente y no como parte de mi práctica de ensueño. Arguyó que yo no había salido a la calle con mi cuerpo energético, ya que si lo hubiera hecho, hubiera tenido una sensación totalmente diferente a la de bajar por las escaleras.
-¿De qué clase de sensación está usted hablando, don Juan? ‑le pregunté con verdadera curiosidad.
‑Tienes que establecer una prueba válida que te permita saber si realmente estás viéndote a ti mismo dormido en tu cama ‑dijo en lugar de responder a mi pregunta‑. Recuerda que la tarea es estar realmente en tu cuarto, realmente ver a tu cuerpo. De otra manera, es meramente un sueño. Si ese es el caso, controla ese sueño, y transfórmalo en ensueño, observando sus detalles o cambiándolo.
Insistí en que me diera una pauta acerca de lo que podría ser una prueba válida, pero se negó.
-Encuentra tú mismo una manera de validar el hecho de que te estás viendo a ti mismo ‑dijo.
‑¿Tiene usted alguna sugerencia acerca de lo que pueda ser una prueba válida? ‑insistí.
-Usa tu propio juicio. Estamos llegando al final de tu apren­dizaje. Muy pronto vas a estar solo.
Cambió luego de tema, y me dejó con la clara sensación de mi ineptitud. No fui capaz de deducir lo que él quería, o a qué llamaba una prueba válida.
En el próximo ensueño en el que me vi a mi mismo dormido, en lugar de salir del cuarto y bajar las escaleras, o despertarme gritando, me quedé por un largo rato pegado al lugar desde donde observaba. Sin inquietarme ni desesperarme, observé los detalles de mi ensueño. Me di cuenta de que estaba dormido y llevaba puesta una camiseta blanca rasgada en el hombro. Traté de acercarme y examinarla, pero moverme era algo que no estaba dentro de mis posibilidades. Sentía una pesadez que parecía ser parte de mi mismo. De hecho, todo yo era peso. Al no saber qué hacer, entré instantáneamente en una terrible confusión. Traté de cambiar de ensueño, y todo lo que logré fue estar consciente más que nunca de una fuerza descomunal que me mantenía fijo, mirando a mi cuerpo dormido.
En medio de todo aquello, escuché al emisario decir que el no tener control para moverme me había aterrado a tal punto que quizá tendría que hacer otra recapitulación. La voz del emisario y lo que dijo no me sorprendieron en lo mínimo. Nunca me había sentido tan vívida y horriblemente inca­pacitado para moverme. Sin embargo, esta vez no me entregué a mi terror. Lo examiné. No era un terror psicológico sino más bien una sensación física de impotencia, desesperación y fas­tidio. El no poder moverme me frustraba indescriptiblemente. Mi incomodidad aumentó en proporción a la sensación de que algo fuera de mí me había paralizado brutalmente. El esfuerzo que hice para mover mis brazos, o mis piernas fue tan intenso que en un momento dado me vi la pierna de mi cuerpo dormido en la cama, moverse como si estuviera pateando.
Mi cuerpo inerte atrajo entonces toda mi atención de en­sueño, y ello me hizo despertar con tal fuerza que me tomó más de media hora calmarme. Mi corazón palpitaba casi sin ritmo. Mi cuerpo entero temblaba y los músculos de mis piernas tenían calambres espasmódicos e incontrolables. Había sufrido una pérdida tan radical de calor que necesité cobijas y botellas de agua caliente para subir mi temperatura.
Naturalmente, fui a México a consultar con don Juan la sensación de parálisis y el hecho de que realmente tenía puesta una camiseta rasgada, y que por lo tanto, me había visto, verdaderamente, a mí mismo dormido. Además, le tenía un miedo mortal a la hipotermia. Don Juan no quiso discutir mi problema. Todo lo que le pude sacar fue una mordaz obser­vación.
-Te gusta el drama ‑dijo categóricamente‑. Por supuesto que te viste a ti mismo durmiendo. El problema fue que te pusiste nervioso, porque tu cuerpo energético jamás había estado cons­cientemente en conjunto. Mi consejo es que si te vuelves a poner nervioso te agarres el pito. Esto restaurará tu temperatura en un santiamén y sin ninguna alharaca.
Me sentí un poco ofendido por su tosquedad. Sin embargo su consejo demostró ser efectivo. Durante otro susto, hice lo que me prescribió y volví a mi estado normal en unos cuantos mi­nutos. Además descubrí que si no me agitaba, tampoco entra­ba en estados de terror. Mantenerme bajo control no me ayu­daba a moverme, pero ciertamente me producía una profunda sensación de paz y serenidad.
Después de meses de hacer esfuerzos inútiles para caminar, busqué los comentarios de don Juan una vez más, no tanto para que me aconsejara, sino porque quería admitir personalmente mi derrota. Me había topado con una barrera infranqueable y tenía una certeza indisputable de que había fracasado.
-Los ensoñadores tienen que ser imaginativos -dijo don Juan con una sonrisa maliciosa‑. Tú no eres imaginativo. No te advertí usar tu imaginación para mover tu cuerpo energético, porque quería averiguar si podías tú mismo resolver el acertijo. Fallaste y tus amigos no te ayudaron.
En el pasado, siempre me defendí ferozmente cuando me acusaba de no tener imaginación. En ese entonces, creía ser imaginativo, pero tener a don Juan como maestro me enseñó de la manera más directa que no lo soy. Ya estaba curado de em­plear mi energía en defensas inútiles.
‑¿Cuál es el acertijo del que está usted hablando, don Juan? -le pregunté.
-El acertijo de cuán imposible y al mismo tiempo cuán fácil es mover el cuerpo energético. Lo estás tratando de mover como si estuvieras en el mundo cotidiano. Empleamos tanto tiempo y esfuerzo en aprender a caminar que al final creemos que nuestro cuerpo energético también debe caminar. No hay razón por la cual deba hacerlo excepto que caminar es lo primordial en nuestra mente.
Me quedé maravillado ante la simplicidad de la solución. Supe instantáneamente que yo estaba una vez más atorado en el nivel de la interpretación. Don Juan me había dicho que al alcanzar la tercera compuerta me tenía que mover, y para mí moverme significaba caminar. Le dije que comprendía su punto de vista.
-No es mi punto de vista ‑contestó fríamente‑. Es el punto de vista de los brujos. Los brujos dicen que en la tercera compuerta el cuerpo energético entero puede moverse como se mueve la energía: rápida y directamente. Tu cuerpo energético sabe exactamente cómo moverse, como en el mundo de los seres inorgánicos.
"Y ahora, hablando del otro asunto bajo discusión ‑añadió don Juan con aire pensativo‑. ¿Por qué no te ayudaron tus amigos los seres inorgánicos?
‑¿Por qué los llama usted mis amigos, don Juan?
‑Porque lo son. Son los amigos clásicos, ni considerados, ni amables, pero tampoco groseros; los amigos que sólo esperan un momento de descuido para darnos una puñalada.
Comprendí todo con tal lucidez que le hice unas preguntas más bien retóricas y dirigidas a mí mismo.
-¿Qué es lo que me hace ir a ellos? ¿Será una tendencia suicida?
-No es ninguna tendencia suicida -dijo‑. Lo que te pasa es que no crees que estuviste casi muerto. Como no tuviste dolor físico, no puedes creer que estuviste a punto de morir.
Su argumento era bastante razonable, mi incredulidad era real. Pero aun así, yo no podía descartar el profundo y descono­cido miedo que regía mi vida a partir de mi encuentro con los seres inorgánicos. Don Juan escuchó en silencio lo que le dije acerca de mi incapacidad de explicar mi deseo de ir al mundo de los seres inorgánicos, a pesar de todo lo que sabía de él.
-Es una locura ‑dije‑, lo que hago no tiene ningún sentido.
‑Sí tiene sentido. Los seres inorgánicos todavía te están jalando, como a un pez enganchado por un anzuelo ‑dijo‑. De vez en cuando te tiran carnadas inservibles para mantenerte enganchado. Arreglar tus sueños para que ocurran cada cuatro días es una carnada inservible. Pero eso si, no te enseñaron a mover tu cuerpo energético.
‑¿Por qué cree usted que no me lo enseñaron?
‑Porque cuando tu cuerpo energético aprenda a moverse por sí mismo, vas a estar completamente fuera de su alcance. Fue algo prematuro de mi parte creer que ya estabas libre de ellos. Estás relativa pero no completamente libre; todavía andan de­trás de tu conciencia.
Sentí un escalofrío en la espalda. Don Juan me había tocado un punto doloroso.
-Dígame qué hacer don Juan, y lo haré -dije.
‑Sé impecable. Ya te lo he dicho docenas de veces. Ser impecable quiere decir poner tu vida en el tapete para respaldar tus decisiones, y hacer lo mejor de lo mejor para llevar a cabo esas decisiones. Si no hay decisiones en tu vida, la estás simple­mente desperdiciando de una manera pueril.
Don Juan terminó nuestra conversación, insistiendo en que pensara profundamente sobre lo que me había dicho.
En la primera oportunidad que tuve, puse a prueba su suge­rencia de cómo mover mi cuerpo energético. Al encontrarme mirando mi cuerpo dormido, en lugar de esforzarme por llegar caminando a él, simplemente deseé acercarme a la cama. Instan­táneamente, estaba casi tocando mi cuerpo dormido. Vi mi cara. De hecho podía ver los poros de mi piel. No puedo decir que me agradó ver lo que vi. Mi visión de mi propio cuerpo era demasiado detallada para ser estéticamente agradable. Después algo como un viento entró en el cuarto, desarregló completamente todo y borró mi visión.
En ensueños posteriores, corroboré totalmente que la única manera en que el cuerpo energético se puede mover es deslizán­dose o volando. Discutí esto con don Juan. Parecía estar muy satisfecho con lo que yo había hecho, lo cual realmente me sor­prendió. Estaba acostumbrado a su fría reacción ante cualquier cosa que lograra en mis prácticas de ensueño.
-Tu cuerpo energético está acostumbrado a moverse única­mente cuando algo lo jala ‑dijo‑. Los seres inorgánicos lo han estado jalando de arriba abajo; hasta ahora, nunca lo has mo­vido por ti mismo, con tu propia voluntad. No parece que hayas hecho mucho, moviéndote de la manera en que te moviste, pero te aseguro que yo estaba considerando seriamente terminar con tus prácticas de ensueño. Por un momento pensé que jamás ibas a aprender a moverte por tu cuenta.
‑¿Estaba usted considerando terminar mis prácticas de en­sueño porque soy lento?
-No eres lento. Un brujo se demora mucho tiempo para aprender a mover su cuerpo energético. Iba a terminar con tus prácticas de ensueño porque debo ya irme y hay otros asuntos más apremiantes que el ensueño, en los que puedes utilizar tu energía.
-¿Qué más debo hacer, ahora que he aprendido a mover mi cuerpo energético, don Juan?
‑Continúa moviéndolo. Mover tu cuerpo energético ha abierto una nueva área para ti, un área de extraordinaria ex­ploración.
Insistió una vez más en que debía idear algo para validar la fidelidad de mis ensueños; su pedido no me pareció tan raro como la primera vez que lo mencionó.
‑Como ya sabes, ser transportado por un explorador es la verdadera tarea de la segunda compuerta ‑explicó‑. Es un asunto muy serio, pero no tan serio como forjar el cuerpo energético. Por lo tanto, tienes que asegurarte, por tus propios medios, si estás verdaderamente viéndote dormido, o si estás solamente soñando que te ves dormido. La nueva exploración extraordinaria de la que te hablé depende de si en realidad te ves dormido.
Después de muchas dudas y tribulaciones, creí que había ideado el plan correcto. El haber visto mi camiseta rasgada me dio una idea. Si estaba realmente viéndome dormido, también estaría viendo si llevaba la misma indumentaria con la que me había ido a dormir; una indumentaria experimental que planea­ba cambiar radicalmente cada cuatro días. Confiaba en que no tendría ninguna dificultad en recordar, en mis sueños, mi indu­mentaria experimental. Creí que la disciplina adquirida a través de mis prácticas de ensueño me permitiría grabar cosas como ésta en mi mente y recordarlas en mis ensueños.
Puse en práctica este plan, pero los resultados fueron desas­trosos. Me faltó control en mi atención de ensueño y no pude recordar los detalles de mis indumentarias experimentales. Pero aun así, de alguna manera, siempre supe cuando mis sueños eran solamente sueños ordinarios, cuando eran ensue­ños, o cuando eran algo más que ensueños. En cuyo caso se suponía que mi cuerpo estaba acostado en la cama dormido, mientras mi conciencia realmente lo observaba.
Una característica notable de estos ensueños era mi cuarto. Nunca era como mi cuarto en el mundo cotidiano, sino una enorme y vacía sala de conferencias, con mi cama en uno de sus extremos. Tenía que volar una considerable distancia para estar junto a la cama donde yacía mi cuerpo. En el momento en que estaba junto a él, una fuerza como un fuerte viento me hacia revolotear encima de él, como un colibrí. Algunas veces el cuarto se disolvía; desaparecía pedazo por pedazo hasta que sólo quedaba mi cuerpo y la cama. Otras veces, experimentaba una total pérdida de voluntad. Mi atención de ensueño parecía entonces funcionar independientemente; se quedaba comple­tamente absorta con el primer objeto en el que se enfocara, o parecía no poder decidir qué hacer. En esos casos, tenía la sen­sación de que estaba flotando, sin volición alguna, yendo de un objeto a otro sin poder concentrarme.
La voz del emisario me explicó una vez que todos los elemen­tos de este tipo de ensueño eran realmente configuraciones energéticas diferentes a las del mundo normal. La voz del emi­sario señaló que, por ejemplo, las paredes eran liquidas. Insistió en que me sumergiera en una de ellas.
Sin más ni más, me zambullí en una pared como si ésta fuera un gigantesco lago. No sentía la líquida pared; lo que sentí no fue tampoco la sensación de sumergirme físicamente en el agua, pero fue como el pensamiento de sumergirme y la sensación visual de pasar a través de una materia liquida. Mi zambullida me llevó, hundiéndome en algo que se abría, como el agua se abre.
La sensación de hundirme, con la cabeza por delante, era tan real que empecé a preguntarme por cuánto tiempo, o cuán hondo me había sumergido. Desde mi punto de vista subjetivo pasé una eternidad zambulléndome. Vi nubes y masas de ma­teria que parecían rocas suspendidas en una sustancia al parecer liquida. Vi resplandecientes objetos geométricos, como de cristal, y masas de los colores primarios más profundos que jamás había visto. Había también zonas de intensa luminosidad y otras de total oscuridad. Todo eso se movía frente a mi, ya sea despacio o a una gran velocidad. Se me ocurrió que estaba viendo el cosmos. Al instante en que tuve ese pensamiento, mi velocidad aumentó tan intensamente que todo se volvió borroso, y de repente, me encontré despierto con la nariz contra una de las paredes de mi cuarto.
Un miedo velado me hizo consultar con don Juan. Me escu­chó con suma atención.
‑Ahora es cuando necesitas hacer una maniobra muy drástica -dijo‑. El emisario de ensueño no tiene razón de inter­ferir con tus prácticas de ensueño. O más bien, tú no deberías, bajo ninguna condición, permitirle que lo haga.
‑¿Cómo puedo detenerlo?
‑Con una maniobra muy simple pero muy difícil. Al entrar en tu ensueño, expresa en voz alta tu deseo de no tener que ver más con el emisario de ensueño.
‑¿Quiere eso decir, don Juan, que nunca más lo escucharé?
-Efectivamente. Te vas a deshacer de él para siempre.
-¿Pero, es aconsejable deshacerme de él?
-A estas alturas, ciertamente lo es.
Con esas palabras, don Juan me hundió en un gran dilema. No quería terminar mi relación con el emisario, y al mismo tiempo, quería seguir el consejo de don Juan. Se dio cuenta de mi duda.
‑Sé que es un asunto muy difícil ‑concedió‑. Pero si no te deshaces del emisario, los seres inorgánicos te van a tener siempre enganchado. Si quieres evitarlos haz lo que te digo, y hazlo ahora mismo.
En mi siguiente sesión de ensueño, al prepararme a pronun­ciar mi intento, la voz del emisario me interrumpió. Dijo: "si resuelves no hacer tu pedido, te prometo que nunca interven­dré en tus prácticas de ensueño, y que te hablaré únicamente si me haces preguntas directas".
Acepté instantáneamente su proposición, la cual consideré ser un trato muy equitativo. Sentí alivio de que el asunto se hubiese resuelto así, aunque temía que don Juan iba a quedar decepcionado.
-Fue una excelente maniobra ‑remarcó y se rió‑. Fuiste sincero; realmente ibas a pronunciar tu intento. Ser sincero era todo lo que se requería. Esencialmente no había necesidad de que te deshicieras del emisario. Lo que querías era acorralarlo para que te propusiera una alternativa conveniente para ti. Estoy seguro de que el emisario ya no va a interferir más.
Tenía razón. Continué con mis prácticas de ensueño sin nin­guna intromisión por parte del emisario. Una extraordinaria consecuencia fue que empecé a tener ensueños en los que los cuartos que ensoñaba eran mi verdadero cuarto del mundo diario, con una diferencia: en mis ensueños, mi cuarto estaba siempre tan inclinado, tan distorsionado, que parecía una gi­gantesca pintura cubista; con ángulos obtusos y agudos en lugar de los ángulos rectos de las paredes, pisos y cielo raso. En mi cuarto asimétrico, la misma inclinación creada por los ángu­los obtusos o agudos era un medio para hacer resaltar promi­nentemente algún detalle absurdo y superfluo, pero real; por ejemplo, intrincadas líneas en la madera del piso, o decoloraciones en la pintura de una pared, o manchas de polvo en el cie­lo raso, o huellas digitales en los bordes de las puertas.
En esos ensueños, me perdía inevitablemente en mundos acuosos formados por el detalle señalado por las inclinaciones. Durante toda mi práctica de ensueño, la abundancia de deta­lles en mi cuarto era tan inmensa y su atracción tan intensa que instantáneamente me sumergía en lo que fuera.
En el primer momento libre que tuve, me fui a ver a don Juan, y le conté mis ensueños.
-No puedo salirme de mi cuarto -le dije después de darle toda la información pertinente.
‑¿Qué te hace creer que debes salir de él? -preguntó hacien­do una mueca de desdén.
‑Creo que debo moverme más allá de mi cuarto, don Juan.
-Pero te estás moviendo más allá de tu cuarto. Quizá deberías preguntarte si estás otra vez atrapado en interpretaciones. ¿Qué crees que significa moverse, en este caso?
Le dije que la sensación que experimenté una vez de caminar de mi cuarto a la calle había sido tan asombrosa que ahora tenía una verdadera necesidad de volver a hacerlo.
-Pero lo que haces es mucho más excitante que lo que quieres hacer ‑protestó‑. Vas a regiones increíbles. ¿Qué más quieres?
Le traté de explicar que tenía una exigencia física de salir­me de la trampa del detalle. Mi mayor molestia era mi incapaci­dad de liberarme de lo que atraía mi atención de ensueño. Le dije que mi meta era tener un mínimo de voluntad.
Hubo un largo silencio. Esperé oír más acerca de la trampa del detalle, después de todo, fue él quien me previno de sus peligros.
-Vas muy bien ‑dijo finalmente‑. A los ensoñadores les lleva largo tiempo perfeccionar su cuerpo energético. Y esto es pre­cisamente lo que está aquí en juego: perfeccionar tu cuerpo energético.
Don Juan explicó que mi cuerpo energético estaba impulsado a examinar detalles y quedarse atrapado en ellos debido a su inexperiencia. Dijo que los brujos se pasan la vida entera com­pletando sus cuerpos energéticos por medio de la maniobra de dejarlos absorber todos los detalles posibles.
-El cuerpo energético se abstrae en detalles hasta que está completo y maduro ‑don Juan prosiguió‑. Y no hay modo de liberarlo de la compulsión de quedar absorto en todo. Pero si uno toma esto en consideración, en lugar de entrar en batalla con él como tú lo haces, uno le puede ayudar.
‑¿Cómo puedo ayudarlo, don Juan?
-Dirigiendo su comportamiento, o sea, acechándolo.
Explicó que ya que todo lo relacionado con el cuerpo ener­gético depende de la adecuada posición del punto de encaje, y ya que ensoñar es el medio de desplazarlo, acechar es hacer que el punto de encaje se quede fijo en la posición perfecta; en este caso, la posición en la que el cuerpo energético se puede con­solidar y desde la cual finalmente emerge.
Don Juan dijo que cuando el cuerpo energético se mueve por propios medios, los brujos asumen que la posición óptima del punto de encaje ha sido alcanzada. El siguiente paso es acecharlo, esto es, mantener fijo el punto de encaje en esa po­sición, para de ese modo completar el cuerpo energético. Señaló que el procedimiento es de una extraña simpleza: uno intenta acecharlo y lo acecha.
Hubo un largo silencio y miradas intensas llenas de expecta­tiva. Yo esperaba que dijera algo más, y él esperaba que yo hubiera entendido lo que había dicho.
‑Permite que tu cuerpo energético intente alcanzar la óptima posición de ensueño ‑explicó‑. Luego permite que tu cuerpo, energético intente quedarse en esa posición. Eso quiere decir acecharlo.
Hizo una pausa, y con sus ojos me instó a que considerara su aseveración.
-Intentar es el secreto, pero tú ya sabes eso ‑dijo‑. Los brujos desplazan su punto de encaje a través del intento, y lo fijan igualmente a través del intento. Y no hay ninguna técnica para intentar. Uno aprende a intentar usando el intento.
Una extravagante idea acerca de mi valor como brujo fue ine­vitable. Y tuvo que ver con una ilimitada confianza de que algo me iba a ayudar a intentar la fijación de mi punto de encaje en el lugar ideal. En el pasado había llevado a cabo, sin saber cómo, toda clase de maniobras. Don Juan se había maravillado de mi habilidad, o de mi suerte. Yo estaba seguro de que esta vez iba a pasar lo mismo. Pero me equivoqué. No tuve ningún éxito en fijar mi punto de encaje en cualquier lugar, muchísimo menos en el lugar ideal.
Después de meses de serios pero inútiles esfuerzos, me di por vencido.
-Realmente creí que lo podía hacer -le dije a don Juan en el momento en que llegué a su casa‑. Mucho me temo que últi­mamente mi importancia personal ha crecido más que nunca.
-No realmente ‑dijo con una sonrisa‑. Lo que pasa es que estás atrapado en otra de tus rutinarias mal interpretaciones de términos. Quieres encontrar el lugar ideal como si estuvieras tratando de encontrar las llaves de tu coche. Luego quieres atar tu punto de encaje como si te estuvieras amarrando los zapatos. El lugar ideal y la fijación del punto de encaje son metáforas. No tienen nada que ver con las palabras que se usan para describirlas.
Me pidió entonces que le contara los más recientes eventos de mis prácticas de ensueño. Lo primero que le mencioné fue que el impulso de mi atención de ensueño de quedar absorta en detalles había disminuido considerablemente. Le dije que quizá porque en mis ensueños me movía compulsiva e incesante­mente, el movimiento en sí me detenía antes de que me sumer­giera en el detalle que estaba observando. Detenerme así me dio la oportunidad de examinar el acto de quedar absorto en de­talles; y llegué a la conclusión de que la materia inanimada poseía una fuerza inmovilizante. Yo la veía como un rayo inmóvil de luz opaca que me mantenía fijo. Por ejemplo, muchas veces alguna diminuta marca en las paredes, o en las líneas de la madera del piso de mi cuarto emitía una línea de luz que me inmovilizaba; a partir del momento en que mi atención de ensueño enfocaba esa luz, todo el ensueño giraba alrededor de esa diminuta marca. La veía agrandarse al tamaño del universo entero. Esa visión duraba hasta que me desper­taba, con la nariz presionada contra la pared o contra el piso de madera. Mis conclusiones fueron que, en primer lugar, el deta­lle era real, y en segundo lugar, parecía que lo había estado observando mientras dormía.
Don Juan sonrió y dijo:
-Todo esto te está pasando porque tu cuerpo energético se forjó completamente en el momento en que se movió por sí mismo. No te lo dije, pero te lo insinué. Quería saber si eras capaz de descubrirlo por ti mismo, y por supuesto lo hiciste.
No tenía idea a qué se refería. Don Juan me escudriñó de la manera en que solía hacerlo. Su mirada fija y penetrante reco­rrió mi cuerpo.
‑¿Qué fue exactamente lo que descubrí por mí mismo, don Juan? -me vi forzado a preguntar.
-Descubriste que tu cuerpo energético está completo ‑con­testó.
‑Yo no descubrí nada de eso; se lo aseguro.
‑Sí, lo descubriste. Comenzó cuando no podías encontrar un método para certificar la realidad de tus ensueños. Sin saber cómo, algo empezó a funcionar, algo que te revelaba lo que querías saber acerca de tus ensueños. Ese algo era tu cuerpo energético. Ahora te desespera no poder encontrar el lugar ideal donde fijar tu punto de encaje. Y yo te digo que ya lo encontraste. La prueba es que has descubierto que si te mueves tu cuerpo energético reduces su obsesión con los detalles.
Me quedé estupefacto. Ni siquiera pude hacerle una de mis débiles preguntas.
-Lo que vas a hacer ahora es una de las maravillas de brujos -prosiguió don Juan‑. Vas a practicar ver energía en tu ensueño. Has cumplido la tarea parcial de la tercera compuerta del ensueño: mover tu cuerpo energético. Ahora vas a llevar a cabo la verdadera tarea: ver energía con tu cuerpo energético.
"Ya has visto varias veces energía ‑prosiguió‑. Pero cada una de esas veces, viste de pura casualidad. Ahora lo vas a hacer de­liberadamente.
"Los ensoñadores tienen una regla empírica ‑continuó‑. Si sus cuerpos energéticos están completos, ven energía cada vez que miran fijamente algún objeto del mundo cotidiano. En sus ensueños, si ven energía en un objeto, están tratando con un mundo real, sin importar qué tan extraño o indefinido les pueda parecer ese mundo. Si no pueden ver energía en los objetos de su ensueño, se encuentran en un sueño común y corriente y no en un mundo real.
‑¿Qué es un mundo real, don Juan?
‑Es un mundo que genera energía; lo opuesto a un mundo fantasma de proyecciones donde nada genera energía; como la mayoría de nuestros sueños, donde nada tiene un efecto ener­gético.
Don Juan me dio entonces otra definición del ensueño: un proceso por medio del cual los ensoñadores aíslan condiciones del ensueño en las que pueden encontrar elementos que gene­ran energía. Su definición me dejó perplejo. Se rió, y me dio otra aún más compleja: ensoñar es el proceso por medio del cual intentamos encontrar posiciones adecuadas del punto de enca­je, posiciones que nos permiten percibir elementos que generan energía en estados que parecen sueños.
Explicó que el cuerpo energético es también capaz de percibir energía diferente a la energía de nuestro mundo. Como en el caso de los seres inorgánicos, a quienes el cuerpo energético percibe como energía chisporroteante. Añadió que en nuestro mundo nada chisporrotea; todo aquí oscila.
‑De ahora en adelante -dijo‑, la tarea de tu ensueño va a ser determinar si los objetos en los que enfocas tu atención de en­sueño generan energía terrestre, o generan energía foránea, o son meras proyecciones fantasmagóricas.
Don Juan admitió haber tenido la esperanza de que yo llegara a la idea de ver energía, como medida para determinar si estaba realmente viendo mi cuerpo dormido. Se rió de mi falsa estrata­gema de ponerme elaboradas vestimentas de dormir. Dijo que yo había tenido en mis manos toda la información necesaria para deducir cuál era la verdadera tarea de la tercera compuer­ta del ensueño y llegar a la solución correcta, pero que mi sis­tema de interpretación me forzó a buscar soluciones artificiales que carecían de la simplicidad y la franqueza de la brujería.

"El Arte de Ensoñar" Carlos Castaneda

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